Ascendió al poder durante un período
de crisis económica,
social y política, acentuada por los efectos de la Gran Depresión de 1929 y el descontento
y frustración popular en Alemania como consecuencia de la derrota en la Primera
Guerra Mundial. A lo largo de su mandato político utilizó la propaganda estatal y su carismática oratoria para persuadir a las masas, enfatizando su
oposición al Tratado
de Versalles de 1919, al pueblo judío, al pacifismo y al comunismo internacional,
particularmente el soviético-bolchevique. A la vez, resaltaba el nacionalismo alemán, el militarismo, el racismo, la llamada preservación de la raza aria, el pangermanismo y la anexión o
recuperación armada de territorios europeos perdidos por el Imperio alemán después de la Primera
Guerra Mundial. Después de reestructurar la industria y economía y frenar
en poco tiempo la inflación y el desempleo, Hitler se ganó el apoyo popular.
Rearmó y organizó las fuerzas armadas alemanas, estableciendo una dictadura totalitaria personal que transformó a
la sociedad alemana y eliminó su
sistema democrático. Su régimen se
caracterizó por la discriminación racial, la supremacía aria y la persecución
étnico-religiosa y política. Desde 1939, como consecuencia de la guerra, este
modelo se extendió al resto de Europa. En el plano ideológico, Hitler asumió
los planteamientos del fascismo italiano pero con matices propios basados en las
características del nazismo y la sociedad alemana. En torno a su figura se
desarrolló un intenso culto a
la personalidad.
Perseguía
una agresiva política exterior expansionista para ampliar
el Lebensraum ('espacio vital') alemán al este de
Europa, y combatir una presunta conspiración
internacional entre el judaísmo, la masonería, el comunismo y el capitalismo
por parte de los gobiernos estadounidense, inglés y soviético. Su política tenía como objetivo
establecer un Nuevo Orden (Neuordnung) en el
que Alemania y la raza aria tendrían un papel hegemónico mundial.
Responsable
del inicio de la Segunda
Guerra Mundial en Europa con la invasión de Polonia en septiembre de 1939, para
1941, período de su apogeo, sus tropas y aliados del Eje ocuparon la mayoría
de Europa y
partes de Asia y África, pero fueron derrotadas por las
potencias Aliadas en 1945. Hacia el final de
la guerra, las violentas políticas de conquista territorial y subyugación
racial de Hitler
habían causado la muerte de entre 55 y 60 millones de personas (alrededor
del 2 % de la población mundial de la época) en su mayor parte civiles, así como un
considerable grado de destrucción de ciudades europeas. El exterminio
sistemático y masivo de enemigos políticos y personas consideradas racialmente
«inferiores» o «subhumanas», mediante la detención en una red de campos de concentración y exterminio en Alemania y
en los territorios conquistados, llevó a la muerte a poco más de seis millones
de judíos en lo que posteriormente en el contexto histórico se denominó
el Holocausto, como así también a homosexuales, gitanos, eslavos,
discapacitados físicos, enfermos mentales, prisioneros de guerra soviéticos y
opositores políticos a su régimen. Las estimaciones del número de personas que
perdieron la vida como consecuencia de medidas raciales adoptadas por el
gobierno de Hitler, sus aliados del Eje, estados satélite y colaboradores, según la mayoría de los historiadores serían aproximadamente once o
doce millones de personas, de las cuales la mitad corresponderían al
Holocausto.
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